Desde pequeña sentía cómo todo giraba en torno mío, excluyéndome yo misma de participar en las cosas que los demás hacían, creyendo que debía ausentarme y ser simplemente una observadora que juzgara cada movimiento que se producía a mi alrededor.
Yo misma creé un mundo aparte, sólo mío, donde todo lo que existía eran sueños y utopías. Todo y todos los que me rodeaban hacían y pensaban lo que yo deseaba. Aunque la realidad fuese todo lo contrario, no importaba. Si ocurría algo que no cuadraba con mi gran sueño, yo lo rechazaba y lo enterraba. Al enterrarlo creía que desaparecía, pero ahora, con 14 años, descubro que todos esos cadáveres de ideas inservibles y de acontecimientos reales no están muertos ni enterrados, sino vivos y golpeándome el corazón, pidiendo a gritos a mi alma una salida.
Al crear un mundo aparte, lo único que hacía era apartarme de mí misma, ya que yo sí quería participar y formar parte, pero el miedo, ante todo el miedo a mostrarme tal como era, me paralizaba y lo transformaba en autosuficiencia y autocompasión por mi incapacidad de abrirme y mostrarme vulnerable.
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